No, señor corrupto; no, señora ídem. No se asusten. No estamos proponiendo que se dicte una ley que condene a la pena capital a quienes se juzgue y pruebe que han cometido graves actos de corrupción contra los dineros del pueblo, ya en la administración central, ya en los gobiernos seccionales o en las diversas entidades públicas. Cierto que este tipo de delitos es peor que el que comete un asesino que apuñala a cualquier transeúnte, porque el corrupto atenta contra el pan, la escuela, la salud, la vivienda de los asociados. Es, por tanto, un criminal de marca mayor.
Lo
que hacemos es contribuir a la difusión de una noticia trascendental: el poderoso Partido Comunista Chino, en su reunión plenaria en curso, ha puesto en primer lugar del orden del día el
combate contra la corrupción. Y en China esta plaga universal se castiga con
rigor que incluye destitución de las funciones, por altas que sean, confiscación
de bienes y, por último, la pena de muerte. A pesar de ello, la corrupción es
un problema de consideración. Pero no
vayamos tan lejos. Aquí, en Nuestra América, el Libertador decretó leyes similares, que incluían la pena capital, hace 190 años, pese a lo cual varios
“próceres” se llenaron los bolsillos y se hartaron de tierras y privilegios a
cuenta de la Independencia, por la que se sacrificaron millones de
latinoamericanos, y a cuya causa el
Libertador entregó toda su considerable fortuna para acabar sus días proscrito
y en la miseria. En el caso de China, son muchos los seudo revolucionarios que
se han enriquecido a costilla del pueblo que conquistó su liberación a costa de
su sangre.
Esto
lo recordamos con motivo de que en las elecciones presidenciales de Brasil, la
oposición derechista ha levantado la bandera “anticorrupción” para derrotar a
Dilma Rouseff e intentar la restauración conservadora y neoliberal; es decir,
para volver a la época en que las multinacionales y la gran burguesía se alzaron
con el país, valiéndose de feroces dictaduras y de la implantación de la tortura y los célebres escuadrones de la
muerte, todo bajo los mejores esquemas de la CIA y del Comando del Pacífico
Sur.
Claro
que en esta campaña de la derecha brasileña se trata de un nuevo capítulo de
esa conocida historia: el burro hablando de orejas. Y esto como política derechista válida no solo para Brasil sino
aplicable contra todos los gobiernos revolucionarios y progresistas de América Latina; Ecuador,
Venezuela, Uruguay y otros países. Pero por demagógica y mañosa que sea este tipo de campañas en
nuestro medio, no hay duda que los
mecanismos y casos de corrupción son
reales, aunque no lleguen a la altura ni
al volumen registrados en gobiernos como los de Febres Cordero o Lucio Gutiérrez, en los cuales se podía exclamar, sin temor a equivocarse:
funcionario que es inteligente, roba; si
no roba, no es inteligente; si es inteligente y no roba, no puede ser
funcionario.
Por
cierto, la corrupción tiene un cómplice inocente: la cultura del pueblo, tan
acostumbrado al pillaje de las autoridades, que se cuenta acerca de cierto
alcalde que se presentó a la reelección. Sus enemigos políticos mandaron a
pintar letreros infamantes contra Pipo
(llamémoslo así) en los muros de la ciudad: “PIPO ES UN LADRÓN”. Ante esta leyenda, el pueblo afirmaba: cierto,
es un ladrón. Los empleados del personaje le pidieron autorización para borrar
estas leyendas, pero él se opuso y mandó agregar debajo otra frase. La leyenda
final quedó así: “PIPO ES UN LADRÓN,
ROBA PERO HACE OBRA”.
La
gente rió mucho por la honesta ocurrencia, y Pipo fue reelegido.
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P.D. Le invito a que escriba su comentario en el
recuadro de abajo, no importa si está a favor o en contra. Ejerza su derecho a
decir lo que piensa.
C. M. Luis Fernando Carvajal Herrera.
Atte.