“Esta denuncia me puede costar un tiro”. La dramática frase del Presidente RafaelCorrea, expresada en la sabatina del 26 de octubre, está lejos de ser un giro teatral. Es producto del pleno conocimiento de lo que es la Chevron-Texaco, ese descomunal nido de víboras que asoló el Oriente ecuatoriano y que hoy mueve cielo y tierra para derrotar a nuestro país, cada vez más unido en torno de los pobladores amazónicos que le ganaron un histórico juicio, gracias al cual la todopoderosa multinacional debe indemnizarlos en la suma de 19 mil millones de dólares por todos los daños ambientales y sociales causados en las provincias de Sucumbíos y Orellana en 28 años de explotación irracional de nuestro petróleo. Una suma diminuta comparada con el lucro que nos fue arrancado.
¿Por
qué la estremecedora frase del Presidente? Ese día él dio a conocer que la
Chevron había pagado desde 2005 más de tres millones de dólares a la empresa
Sepriv, perteneciente al Ejército nacional, por prestación de servicios, que
incluían informes semanales de inteligencia. El contrato fue suscrito bajo el
gobierno de Lucio Gutiérrez el 13 de octubre de 2003. Más todavía: en el 2004
se firmó un convenio mediante el cual la Cuarta División del Ejército Amazonas,
cedía territorio nacional dentro de sus campamentos para construir, con plata
del Estado ecuatoriano, una vivienda para uso exclusivo de los ejecutivos de
Chevron-Texaco. Una numerosa lista de altos oficiales está comprometida en
estos actos ilegales y antipatrióticos, que cubren de lodo el uniforme del
Ejército ecuatoriano. Esto es, en síntesis, lo que denuncia el Presidente, que
ha puesto el caso en manos de la Contraloría, y que es tan grave que –según sus expresiones- alguien podría pegarle
un tiro. Ni se diga tratándose de los enormes intereses de Chevron-Texaco, esa
especie de gobierno dentro del gobierno de Washington.
Por
lo demás, esto actualiza la tenebrosa historia de las relaciones militares y
policiales del Ecuador con Estados Unidos. Basta con apelar a un dato que nos
proporciona el notable periodista norteamericano Tim Weiner (Premio Pulitzer),quien en su obra Legado de Cenizas (La Historia de la CIA), consigna que en los
años 60 la CIA desarrolló programas de
entrenamiento de 717.217 militares y policías de varios países, entre los que
se destacaba el Ecuador. Entre los aprovechados alumnos figuraron los jefes de
los escuadrones de la muerte de El Salvador y Honduras. El entrenamiento se
efectuaba a través de la Escuela de las Américas, que funcionaba en Panamá,
hasta que la expulsó el General Omar Torrijos, quien conocía perfectamente esta
academia del espionaje y el terrorismo, pues él mismo cursó en ella. Torrijos la calificó como” Escuela de
Asesinos”.
Esto
conviene recordarlo ahora porque fue justamente una cuadrilla integrada
por los máximos comandantes de las
Fuerzas Armadas del Ecuador, formados en esa Escuela, quienes en 1963 dieron el golpe de Estado que
organizó la CIA y que luego entregó nuestra Amazonia a la compañía Texaco
(ahora Chevron), siempre con la complicidad de la oligarquía y el aplauso bien
pagado de los grandes medios privados.
Cierto
que entre los militares y policías ecuatorianos hay numeroso personal sano,
patriota, honesto, pero hay también nefastos residuos de aquellos tiempos de
entreguismo y mercenarismo al servicio de las multinacionales y los centros
mundiales del espionaje y el terrorismo manejados desde Washington. Centros que
a través de sus agentes son los que han sembrado de cadáveres y antros de
tortura Nuestra América, los que han fraguado golpes de Estado dondequiera, los
que han ejecutado magnicidios como los
de Jaime Roldós y Torrijos, los que arman los 30-S, los que son capaces
de pegarle un tiro en la cabeza a cualquier patriota latinoamericano que levante la bandera de la
Segunda Independencia..
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C. M. Luis
Fernando Carvajal Herrera.
Atte.
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