Traductor

miércoles, 27 de julio de 2011

PROHIBIDO OLVIDAR


Camilo Ponce Enríquez

La frase, utilizada frecuentemente por el Presidente Rafael Correa, cabe aplicársela a sucesos que, luego de producidos, escapan a la memoria de las mayorías; quedan apenas como historias para los historiadores. Así ocurre, por ejemplo, los cometidos en Guayaquil el 2 y 3 de junio de 1959 por el gobierno socialcristiano de Camilo Ponce Enríquez, el apóstol de los terratenientes ecuatorianos.  Hoy, en el aniversario 52, sacudimos esos recuerdos.
Eran tiempos de protesta contra los desafueros de ese régimen, surgido de un fraude descomunal que robó el triunfo al candidato presidencial del Frente Democrático, Raúl Clemente Huerta. Días atrás, a fines de mayo, el gobierno poncista reprimió con brutalidad  a la juventud manabita. El 2 de junio, al  atardecer, una airada manifestación estudiantil de solidaridad convocada en Guayaquil fue acorralada por la policía en la esquina de las calles Boyacá y 10 de Agosto, exactamente donde está ubicado el edificio de este diario. Resultado: cinco muertos a bala. Los gendarmes atraparon los cadáveres y se los llevaron a la Morgue.  Al comenzar el nuevo día, 3 de junio, una iracunda poblada estudiantil rescató los cuerpos y los trasladó  a la Casona Universitaria, calles Chile y Chiriboga. Por todos los medios disponibles, se invitó al pueblo al lugar para honrar a las víctimas. Acudió una impresionante muchedumbre que por la tarde llevó en hombros los cadáveres al Cementerio general, donde se pronunciaron encendidos discursos. Concluido el sepelio, al caer la noche, provocadores infiltrados por el gobierno lanzaron la consigna “ ¡A quemar la Pesquisa, a quemar la Pesquisa!”; consigna maquiavélicamente concebida para crear una situación de miedo en el país, y que creció como reguero de pólvora, pues la Pesquisa – el Servicio de Inteligencia de la Policía ubicado en 9 de Octubre y Esmeraldas--  era odiada por el pueblo , particularmente por la juventud, pues allí se practicaban detenciones ilegales y brutales palizas a los detenidos.
La  Pesquisa fue incendiada. Las llamas convulsionaron el espíritu de la masa, que se regó por dondequiera. Como símbolos del hambre popular y de la miseria, fueron asaltados el Mercado Central y la casa de empeños El Sol, donde los pobres siempre perdían sus prendas. Cundió el saqueo. Entonces llegó la orden oficial: tirar a matar. El jefe de la Segunda Zona Militar, Coronel Luis Ricardo Piñeiros, sacó las tropas a la calle. Se inició la masacre. Se disparaba contra todo lo que se movía, contra cualquiera que corría para escapar de las ráfagas de ametralladora.
La masacre comenzó a las siete de la noche y terminó a las cinco de la mañana. Diez horas de fusilería contra un pueblo desarmado. Nunca se supo el número de muertos y los heridos no llegaron a ninguna casa de salud. Piñeiros, que tres días antes recibiera una condecoración en el Pentágono, Washington, fue homenajeado por la oligarquía de Guayaquil. El soberbio mandatario declaró que en Guayaquil solo habían caído unos cuantos “hampones y prostitutas”.
Prohibido olvidar.

CUANDO CALLA EL CANTOR…



“Cuando calla el cantor, calla la vida”… En el caso de Facundo Cabral, acallado a tiros en Guatemala, la vida sólo calló un instante, y lo hizo  para rendirle homenaje de gratitud por haberla embellecido y defendido a lo largo de toda su existencia, desde la infancia falta de pan y protección debida, pero que él la tomó como un desafío que lo ganó de mano, bravamente. Como Facundo no fue de aquí ni fue de allá sino de todas partes, el planeta mismo se sintió estremecido con el impacto de las balas que silenciaron al hombre pero que no silenciarán jamás al cantor cuyas melodías son ya patrimonio de la humanidad.




El asesinato cometido en Guatemala presenta aún puntos oscuros. No se sabe con precisión si las balas estuvieron destinadas al empresario nicaragüense Henry Fariñas, que se hallaba  al volante del auto en que viajaba Facundo, o contra el propio artista o contra ambos.  Lo único claro es que en esa ciudad, actualmente una de las principales capitales mundiales del crimen, toda monstruosidad es posible, y lo es desde 1954 en que fue decapitada la democracia que encarnaba la naciente Revolución Guatemalteca, conducida por el Coronel Jacobo Arbenz. En ese año, la CIA organizó un ejército mercenario al mando del Coronel Carlos Castillo Armas, que invadió Guatemala desde las haciendas de la United Fruit en Honduras. Derrocado el gobierno revolucionario, desde entonces, a lo largo de cuatro décadas imperó una cadena de dictadores pro yanquis que, a más de pervertir y embrutecer a los militares, crearon y alimentaron los célebres escuadrones de la muerte, encargados de fusilar sin juicio a cualquier opositor y rebelde, así como abrir por doquier fosas comunes con campesinos masacrados. Todo esto mientras el país se convertía en reino del coyoterismo hacia México- Estados Unidos y en asiento fundamental de las grandes mafias de narcotraficantes.

La muerte del celebrado artista resulta una trágica ironía para quien fuera el “Embajador de la Paz”, título justo dado por una ONU que, contradictoriamente, socapa las agresiones del Imperio del dólar contra los pueblos del mundo, donde brillan como estrellas tenebrosas Irak, Afganistán, Libia, mientras en la carpeta del Pentágono  y la CIA figuran Venezuela, Ecuador, Bolivia y todas las naciones latinoamericanas y del Caribe que no admiten ser esclavas del neocoloniaje previsto ya por Simón Bolívar cuando dijo: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar de miserias la América en nombre de la libertad”.

Mientras se aclaran los entretelones del horrendo crimen, los restos de Facundo Cabral fueron conducidos a su entrañable patria, Argentina. Sobre su tumba bien puede colocarse este verso de Walt Whitman, el gigante norteamericano de la poesía universal, tan admirado por el artista: “Me entrego al suelo para crecer con la hierba que tanto he amado”.