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jueves, 24 de marzo de 2016

El femicidio de ayer y hoy


El crimen monstruoso que se cometió hace poco en Montañita con dos chicas argentinas ha dado lugar a que crezca en el medio ecuatoriano e internacional una conciencia mayor y más activa en contra del femicidio, tenebrosa lacra de la humanidad desde antaño, recrudecida en los tiempos modernos por varios factores, como el individualismo galopante que disemina el capitalismo salvaje, el narcotráfico, las guerras desencadenadas por el imperio del Norte, etc. Bien hacen, pues, quienes organizan actos de solidaridad con las víctimas, de repudio al crimen y de exigencia que la investigación en curso aclare los detalles.

Pero es absolutamente innoble el aprovechamiento del condenable suceso para hacer política contra el Gobierno, en procura de obtener bonos electorales, cuando la acción policial, dirigida desde arriba por el ministro del Interior, José Serrano, fue tan oportuna y eficiente que a las 6 horas ya se establecieron bases seguras para el esclarecimiento del hecho y la severa condena de los asesinos.

Las marchas solidarias con las causas humanitarias no deben jamás ser manipuladas por oscuros apetitos políticos y menos, en este caso, manipulando el dolor y el llanto de las familias de las víctimas, como lo han hecho oportunistas electoreros y los medios privados que comercian con todo, incluso con la sangre y la muerte de inocentes, en su afán de mantener y agrandar los privilegios de los poderosos criollos y extranjeros.

En cambio, este tipo de políticos y estos medios privados nada dijeron cuando en el país se cometió un femicidio en cascada durante el gobierno de León Febres-Cordero y su gobernador del Guayas, Jaime Nebot Saadi. Nos referimos al secuestro, violación, mutilaciones y asesinato de un centenar de chicas de Guayaquil y otras latitudes del país, todo encubierto bajo la cobertura de una estúpida novela policial que hizo asomar como autor único a una piltrafa humana a la cual le pusieron el nombre de Daniel Camargo, un vejete de 60 años que no disponía de dinero ni para el bus, que dormía en cualquier portal, era flaco como una lagartija y vestía como todo indigente, pero que resultó una figura criminal digna de los récords Guinness, pues con toda su desventura resultó unsuperman sexual, que sedujo a un centenar de chicas en cinco provincias de Ecuador, las llevaba a pie por largos kilómetros, las hacía caminar por los matorrales para finalmente cometer toda clase de sadismos con ellas. 

Entre los libretistas de tal telenovela figuró el coronel Hólger Santana, luego descrito en importantes medios como “policía millonario”. Y conste que antes de que Santana presentara en Guayaquil al dicho Camargo con gran despliegue publicitario y aplausos de esos medios, de esas autoridades y de los ‘pelucones’ del puerto, la misma Policía publicó en los diarios y en la TV el identikit de tres seguros autores de estos crímenes, todos ellos jóvenes y robustos, que en nada se parecían al vejete de la telenovela. Aún más, el propio presidente Febres-Cordero declaró a la prensa (por ejemplo, El Comercio del 1 de marzo de 1996): “Ha sido detenido uno de los autores de los horrendos asesinatos”. El mismo diario, el 3 de marzo, señaló que “no se trata de una sola persona, sino que cuenta con la ayuda de otros tres maniáticos”.

En fin, criminales poderosos que disponían de dinero y vehículos de lujo, gozaban de la protección oficial y, finalmente, de la complicidad de los grandes medios que exigieron la novela policial. El vejete podría ahora aclarar este espantoso oleaje de femicidio, pero un delincuente lo ultimó en prisión, y este tampoco puede ahora contarnos nada porque otro asesino acabó con él. Así los libretistas quedaron en paz, y un centenar de familias, pobres y de clase media, nunca pudieron conseguir justicia; más bien, varias de ellas se hundieron en la miseria, pues tuvieron que vender sus pocos bienes para buscar a sus hijas queridas. De allí que más de una valerosa madre le echó en cara al gobernador Nebot la acusación de que era un encubridor de los crímenes.

Como se ve, hay femicidios y femiicidios, por lo que la acción de la Policía actual y del ministro José Serrano merece el apoyo de todos, así como el febrescorderato, por este femicidio masivo, debe ser condenado para siempre.


E-mail: jaigal34@yahoo.es          Twitter: @jaigal34
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C. M. Luis Fernando Carvajal Herrera.
Atte.

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jueves, 17 de marzo de 2016

LA HOGUERA DEL ODIO


En nuestro país, durante el segundo mandato de Eloy Alfaro, a comienzos del siglo XX, se desató una avalancha de acusaciones, denuncias y amenazas provenientes de la derecha ultraconservadora y de militares corruptos y ambiciosos, tipo Leonidas Plaza Gutiérrez, empeñados en frenar las reformas radicales que animaban al alfarismo. Los medios de comunicación vinculados a tales sectores fueron los portavoces de esa maligna campaña, destacándose por su agresividad El Comercio, de Quito. “Triturar a la víbora” era lo más suave que proclamaba esa campaña. Rápidamente las llamas fueron creciendo y tomaron cuerpo con motivo del levantamiento del general Pedro J. Montero, que reivindicaba los valores de la Revolución Alfarista.

En esas condiciones, El Viejo Luchador retornó al país en enero de 1912, con declarados fines de buscar la conciliación y la paz alteradas por la guerra civil, en que fue derrotado Montero. Con la garantía de los cónsules británico y norteamericano, se suscribió en Durán un armisticio que garantizaba la vida y la libertad de los alzados y del propio Alfaro. Cumpliendo consignas, los extremistas hicieron tabla rasa del armisticio y el 25 de enero asesinaron en plena gobernación de Guayaquil al general Montero. Su cadáver fue arrojado desde los balcones a la calle y una horda canibalesca lo decapitó, paseando la cabeza en una pica, mutilándole los órganos genitales, que se lanzaban unos a otros en medio de estruendosas carcajadas. Conducidos de urgencia a Quito, Alfaro y un grupo de sus valerosos capitanes fueron asesinados el 28 de enero en el Penal García Moreno, los cuerpos de las víctimas arrastrados hasta El Ejido, donde se los ultrajó e incineró en una danza macabra de asesinos borrachos. Es la trágica y espeluznante historia de la “Hoguera Bárbara”.

La historia volvió a repetirse el 30 de septiembre de 2010, durante la rebelión policial (que contó con el apoyo de varios jefes militares), durante el fallido golpe de Estado y el eventual magnicidio del presidente Rafael Correa, en un desembozado intento de acabar con la Revolución Ciudadana, que a pesar de sus limitaciones y errores, ha marcado rumbos de cambios definitivos en el país. Como la intentona fracasó, hoy los sectores contrarrevolucionarios han vuelto a la carga con renovada furia, arrojando diariamente más combustible para alimentar las llamas del odio y, además, del miedo, en el insano afán de implantar la restauración conservadora neoliberal, por cualquier medio, si no les alcanza el tiempo ni las fuerzas para ganar las elecciones de 2017. Para lograrlo, todo es bueno: el calentamiento de las calles, la difamación, el insulto, la ola de denuncias sobre corrupción administrativa y supuestos atropellos, la violencia contra la fuerza pública, etc., etc. Y claro: el empleo de los medios privados y de las redes sociales en forma audaz e impune.

Por cierto, no se trata únicamente del caso ecuatoriano. El mismo libreto se aplica en todo el continente. En Argentina, contra Cristina Fernández; en Bolivia contra Evo Morales; en Brasil contra Dilma Rousseff y Lula; en Venezuela contra Nicolás Maduro, en este caso incluso recurriendo a la OEA, esa vieja alcahueta de los dictadores y del intervencionismo yanqui.

Ver solo el árbol y no divisar el bosque, en este caso, es propio de miopes políticos o ciegos de conveniencia, pues fácilmente se encuentra el lazo de todos estos movimientos en la mano del imperio y su instrumento archicriminal: la CIA.

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C. M. Luis Fernando Carvajal Herrera.
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