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jueves, 19 de enero de 2012

El 'Tigre de Bulubulu



Gral. Pedro J. Montero
En las cercanías de Yaguachi, Provincia del Guayas, corre un río habitualmente apacible, silencioso: el río Bulubulu. Durante el invierno, cada año, su caudal crece y lo inunda todo, a punto de volverse incontrolable. Este paisaje vive prendido en el alma de la gente montubia nacida en los alrededores. En el seno de esta comunidad nació el General Pedro J. Montero. De carácter sereno pero firme, muy joven se lanzó a la acción revolucionaria detrás de la bandera de Eloy Alfaro, y fue ganando sus galones en cien combates que le obsequiaron el título de “el Tigre de Bulubulu”, por su astucia y su bravura, en época en que el jaguar (el tigre americano) señoreaba en esas montañas tropicales.

Leonidas Plaza Gutiérrez
Gracias a la confabulación deLeonidas Plaza Gutiérrez, liberal de derecha integrado a los terratenientes de Quito por sus vínculos matrimoniales, y los curuchupas (los conservadores), el oligarca guayaquileño Emilio Estrada fue encumbrado al solio presidencial en agosto de 1911. Las turbas oficialistas saquearon Quito, asesinaron a centenares de pobladores, violaron a incontables mujeres. Alfaro salvó su vida  con el apoyo de diplomáticos que le condujeron a una embajada, y desde allí, otra vez, al exilio.Poco después moría Estrada y se encargaba del poder Carlos Freile Zaldumbide, que junto con Plaza, empaparía sus manos con la sangre de los mártires de enero de 1912.
Carlos Freile Zaldumbide
Duro  en sus convicciones, llevado del afán de preservar las conquistas de la Revolución Liberal, Montero se levantó en armas, se declaró Jefe Supremo en Guayaquil y llamó a Eloy Alfaro para que se hiciera cargo del poder. Se encendió una guerra civil de proporciones nunca vistas. Alfaro, ya en el país, declaró reiteradamente que no tenía intenciones de volver al poder. Asumió la jefatura con el exclusivo fin de buscar la paz. Derrotado Montero, con la garantía de los cónsules de Estados Unidos y Gran Bretaña, se firmaron las Capitulaciones de Durán, que garantizaban la libertad y la vida de los generales vencidos. Plaza y Freile violaron inmediatamente los acuerdos aprobados por ellos y comenzó la cacería en Guayaquil. Fueron apresados los generales que secretamente habían sido condenados a muerte. Al General Pedro J. Montero se le realizó un consejo de guerra en la Gobernación, sin abogados defensores ni testigos de descargo. Allí se le condenó a largos años de prisión pero en las mismas barbas de los jueces militares, los conspiradores lo asesinaron a tiros, arrojando el cadáver desde un balcón hasta la calle donde lo esperaba una horda de caníbales previamente preparada. Montero fue decapitado, se le extrajo el corazón, le mutilaron los órganos genitales que se lanzaban unos a otros en medio de estruendosas carcajadas, para finalmente prender con los despojos del Tigre de Bulubulu la primera hoguera en la Plaza de San  Francisco. Era el 25 de enero.
Gral. Eloy Alfaro
Esa misma noche Eloy Alfaro y sus  tenientes eran embarcados en el tren con destino a la muerte. Tres días después, hace cien años, otra jauría de bestias feroces los despedazaba en la capital y las manos de la contrarrevolución encendía en El Ejido la HogueraBárbara.  

VIENTOS DEL SUR




Acaba de celebrarse en Caracas la más grande Cumbre de Jefes de Estado de América Latina y del Caribe. Una Cumbre diferente a todas las anteriores, que por lo general se eclipsaron entre declaraciones rimbombantes, suculentos platos y copiosos cocteles. Luego de éstas todo siguió igual para los pueblos situados al Sur del río Grande, desde México hasta la Patagonia, lo mismo que para las numerosas islas bañadas por el Mar Caribe. Basta echar un vistazo al segundo medio siglo pasado. Un panorama de hambre, montañas de deuda externa, crisis, golpes de Estado, sanguinarias dictaduras, masacres de poblaciones enteras, magnicidios, torturas, desaparecidos, todo esto bajo el imperio de las dos mayores superpotencias del mundo, que dijera un periodista francés: Estados Unidos y la CIA, con la permanente complicidad de la OEA, ese instrumento imperial que hoy, enfermo y débil, camina con muletas.
La Cumbre de Caracas aglutinó, por iniciativa de Hugo Chávez, Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, a los representantes de todos los países del área mencionada, pese a las numerosas y en ocasiones profundas diferencias ideológicas y políticas, de modo tal que junto a los mandatarios de inspiración socialista, se ubicaron genuinos representantes de regímenes neoliberales como los Presidentes de México, Colombia y Chile, deseosos, sin duda, de no perder el tren de la historia. Cierto que la OEA supervive, pero es apenas un cuerpo agonizante, mientras CELAC –la Comunidad de Estados de América Latina- nace vigorosa y robusta, como lo demuestra el hecho de que, además de la Declaración de Caracas, que preconiza la solidaridad entre los 33 pueblos y naciones representados en la Cumbre, fueron todos signatarios de 18 acuerdos a favor de la soberanía y la independencia, contra los golpes de Estado, contra la guerra y las armas nucleares, a favor del medio ambiente y los derechos humanos. En el caso del Ecuador, uno de los acuerdos adoptados por unanimidad, fue el relacionado con  el proyecto de preservar Yasuní sin explotar el petróleo.
Claro que enseguida se han dejado escuchar los graznidos de las aves agoreras, que pregonan el inevitable fracaso de la CELAC, por el supuesto desgaste de Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales y otros gobernantes de la tendencia. No sucederá tan soñada catástrofe, pues la histórica unidad lograda se da cuando el capitalismo salvaje se desbarranca en todas partes, incluso en Wall Street, y cuando uno de sus símbolos más notables, la Unión Europea, se rompe en múltiples pedazos, incapaz de solucionar los problemas de recesión, contradicciones y desempleo, lo que sirve de lección y ejemplo a los 33 Estados de la CELAC.
Simón Bolívar, en su agonía expresó: “Si mi muerte sirve para que cesen los partidos y se haga la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. Con la Cumbre celebrada en su tierra natal, esta unión nace a la historia con real fuerza, y mientras del Norte llegan aires de putrefacción, los vientos del Sur, poderosos y refrescantes, soplan sobre la tumba del Libertador.