El Cotopaxi,
identificado como el volcán más alto del mundo, sigue amenazándonos. El hermoso
monstruo, digno de admiración y de justos temores, se halla fuertemente
monitoreado y custodiado, pero nadie sabe si esta vez volverá a su sueño de
siglos o desencadenará su energía aterradora, como lo hiciera en épocas pasadas, cuando arrasó poblaciones enteras, victimó a miles de seres
humanos, mató cultivos y animales y convirtió el cielo, durante días
prolongados, en larga noche de fuego, humo y cenizas tóxicas. Todo un capítulo
del infierno.
Por desgracia, ni la
ciencia más avanzada, ni las tecnologías más sofisticadas, ni las acciones
oficiales más aconsejables pueden evitar el desencadenamiento de las furias
naturales que, en el caso de los volcanes, proceden de las profundidades hirvientes y revueltas del planeta. Lo que sí podemos y debemos hacer los
humanos, y en el caso presente ecuatorianos y ecuatorianas, es tomar conciencia
del real peligro y unirnos en la prevención y las medidas puntuales que hagan falta, especialmente en el terreno de la solidaridad con nuestros compatriotas
más amenazados por la eventualidad del desastre, como los campesinos, los ancianos
y los niños que ahora mismo sufren ya las consecuencias de la imparable
expulsión de ceniza.
Cierto que pedir
solidaridad en nuestro medio es, por lo menos hoy, algo ilusorio, cuando el
odio político ha llegado a tanto como para desmentir el peligro de la erupción
del Cotopaxi, acusando al gobierno del presidente Rafael Correa de manipular la
situación para ganar réditos políticos, sin que falte la infamia lanzada por
algún cretino en las redes, asegurando que el régimen dispuso que se bombardee
el cráter del Cotopaxi para provocar una erupción que le permita paralizar las
"gigantescas" marchas de la oposición, que se volvieron raquíticas
sin necesidad de la intervención del volcán cómplice.
Como quiera que fuese,
este momento en nuestra patria el Cotopaxi está poniendo a prueba la sensatez,
la solidaridad y la disciplina de hombres y mujeres de nuestra patria, tengan o
no carnet de Alianza País, cuotas secretas de la Usaid y de la banca chulquera,
o la bendición de Álvaro Uribe, convertido en santo padre del paramilitarismo fascista en toda América del Sur.
Por lo demás, en
nuestro medio existe otro Cotopaxi, tanto o más peligroso que el precioso
monstruo: la irracional división política existente en la actualidad, donde más
importante que buscar culpables, resulta establecer sus causas, entre las que
forzosamente se hallarán los apetitos de los que siempre fueron dueños del país
-gringos y criollos-, líderes políticos desplazados o en desocupación, reyes de
la banca y el gran comercio consumista, medios de comunicación con celular en
la embajada, latifundistas urbanos y rurales, corruptos de toda laya,
alcahuetes de la Chevron y otros héroes del neoliberalismo.
Todos estos y muchos
otros son factores que alimentan la combustión de este otro Cotopaxi, que si no
se lo controla y combate con armas racionales y democráticas, podrá producir
una erupción de tal grado que acabemos con algún Pinochet encima, que no con un
gobierno de izquierda light o derecha tibia. Frente al peligro de una
gigantesca erupción de este otro Cotopaxi, todo diálogo es bueno, siempre que
conduzca al abrazo y a la marcha conjunta de todos quienes sueñan-soñamos- con
cambios profundos, con una sociedad libre en una república libre, bajo la
mirada tutelar de Simón Bolívar y Eloy Alfaro.
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P.D. Le invito a que escriba su
comentario en el recuadro de abajo, no importa si está a favor o en contra.
Ejerza su derecho a decir lo que piensa.
C. M.
Luis Fernando Carvajal Herrera.
Atte.
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