Entre los más caros anhelos de la
humanidad estuvo siempre la paz. Una paz duradera y justa, que no sacrifique
derechos ni libertades. Este deseo, tan extendido y profundo, se avivó a escala
universal luego de las dos guerras mundiales que azotaron al planeta, causadas,
como es perfectamente conocido, por los imperios empeñados en apropiarse de
territorios y riquezas por todas partes. Víctimas permanentes de la
violencia guerrerista y colonialista fueron siempre los pueblos del llamado
tercer mundo, enclavados en América, Asia y África. Ahora mismo, el Imperio
norteamericano y sus aliados encendieron la hoguera en Siria y la alimentan a
diario, sin preocuparles las consecuencias de este conflicto, que podría acabar
en un holocausto nuclear. Sería la última guerra, pues luego sobrevendría, para
siempre, la paz de los sepulcros.
En nuestra América hay actualmente un
debate necesario y urgente, que irá creciendo cada día: el debate sobre la
guerra interna de Colombia, en que al parecer los tres actores principales: el
gobierno de Santos, las FARC y el ELN (Ejército de Liberación Nacional) han
iniciado el diálogo con el objetivo de hallar puntos de interés común y sentar
las bases de la paz que el hermano pueblo no tuvo nunca en las últimas siete
décadas, desde el 9 de abril de 1948 en que fue asesinado Jorge Eliecer Gaitán, el líder adorado por las masas que lo veían y lo seguían como al
profeta de sus sueños. El crimen desencadenó la violencia: primero fue el Bogotazo, que destruyó gran parte de
la ciudad, en medio de incendios, saqueos y muertos a mansalva. Luego vino la
guerra civil en los campos, entre liberales y conservadores, terratenientes y campesinos.
Surgieron poco después las llamadas "repúblicas independientes", que
en rigor eran zonas rurales en trance de liberación, las que fueron objetos de
bombardeos masivos. Esto en 1964. Allí surgieron las FARC. Un año
después hizo su aparición, como una formación guerrillera distinta, el ELN,
cuya figura emblemática fue el cura Camilo Torres. Posteriormente fueron
formadas desde el poder, con asesoría norteamericana y del Mossad israelita,
las bandas criminales denominadas Autodefensas Campesinas (AUC), en tanto hizo
su aparición el narcotráfico, que lo atravesó todo. En medio surgieron otros
movimientos armados como el M 19, que finalmente se desmovilizó mediante
acuerdos de paz que le significaron la persecución y la muerte de muchos de sus
integrantes y aliados.
Los Estados Unidos, por su parte, jugaron un
papel activo desde el comienzo, proporcionando asesoría militar, armas y
recursos financieros para sofocar al movimiento revolucionario levantado en
armas. Con este fin, crearon el Plan Patriota y el Plan Colombia, construyeron
bases militares durante el gobierno fascista de Álvaro Uribe y acentuaron todas
las formas de represión, tortura, desaparecidos y muerte. No obstante, no
lograron imponer sus planes guerreristas, las FARC conservan un ejército de
12.000 hombres y mujeres, mientras el ELN mantiene el suyo con 5.000 efectivos.
En estas condiciones, cuando no se ve una salida militar a la guerra, se
han entablado las conversaciones. Su éxito es un anhelo muy sentido en Colombia
y nos interesa vivamente a los ecuatorianos.
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