En medio de lo oscuro que
vive y se presenta en lo político nuestro país, una conclusión brilla con más
luminosidad que el sol de Los Andes, y es ésta: los gobiernos del Ecuador en el
futuro cercano no saldrán del club La Unión, de Guayaquil, ni de las casas
aristocráticas de Quito. Tampoco del seno de las cámaras ni de la Embajada norteamericana.
Los nuevos gobiernos bajarán del páramo para instalarse en Carondelet, desde
luego pasando por Guayaquil recogiendo el abrazo de las nuevas generaciones de
indígenas guayaquileños, por más que Jaime Nebot Saadi los quiera mandar de retorno al páramo.
Y es que en los doce días
de octubre que duró el paro indígena, quedó perfectamente claro que la principal
fuerza social, al menos por ahora, está en el movimiento indígena que ha sido
capaz de conmover y movilizar al país entero, a pesar de que la población
indígena es apenas del 8% de la nacional.
Durante estas jornadas
pudo advertirse claramente que las aspiraciones del movimiento iban más allá de
la derogatoria del desdichado Decreto 883 ordenado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y acatado servilmente por el Gobierno de Lenín Moreno. El
grito de las masas sublevadas era de “Fuera Moreno fuera”, al que se sumó la iracunda exigencia de que renunciaran los ministros de Gobierno y Defensa, María Paula Romo y Oswaldo Jarrín, respectivamente, identificados como ejes de la represión. A ello se agrega la toma de gobernaciones en varias provincias y
el inocultable afán de llegar al Palacio de Carondelet. Todo este dramático y
largo episodio demuestra esa voluntad de las masas de convertirse en poder
político, aunque esta aspiración fuera mediatizada por los diálogos convocados
por el presidente, en los que se procuró, más que satisfacer las demandas del
pueblo sublevado, decapitar lo que a todas luces tenía un anuncio de revolución
de las masas.
Desde luego, una
revolución sin cabeza, pues ni la dirigencia indígena ni los aguerridos
colectivos, ni líderes políticos o partido alguno actuaron conforme la
histórica demanda, que costó numerosas vidas, incontables heridos y
desaparecidos y cerca de dos mil detenidos.
Por otro lado, se
evidenció que en el seno del gobierno obran elementos fascistas para quienes la
orden de reprimir y matar fue la consigna de todos estos días sangrientos. Estos
elementos lograron consolidar su influencia, especialmente a través de la
policía nacional, convertida en el principal garrote de la represión.
En cuanto al papel de los
militares, se vieron varios episodios en que soldados y oficiales confraternizaban
con los manifestantes, demostrando que ellos también son sensibles al
sufrimiento y aspiraciones del pueblo. Al respecto habrá que ver si la
destitución de los altos cargos de las Fuerzas Armadas son o no un castigo por
alguna negativa a convertirse en verdugos y asesinos de sus hermanos.
Ahora bien para bajar del
páramo a Carondelet dando la vuelta por Guayaquil, no será suficiente la
voluntad del movimiento indígena ni de las organizaciones sociales que lo
apoyan. Tampoco los colectivos, partidos o líderes de la sociedad civil podrán
acceder a Carondelet solos y por cuenta propia.
La lección de estos días
es muy clara: o las grandes mayorías nacionales, las ciudadanas y ciudadanos
nos unimos en un gran frente de la patria, en un ancho cauce democrático, o
seguirán imperando el Fondo Monetario Internacional (FMI), las cámaras y la
oligarquía. La sangre derramada en este octubre habrá sido un sacrificio vano.
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C. M. Mg. Luis Fernando Carvajal Herrera.
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