Solamente los ciegos
absolutos y los miopes de conveniencia no ven o niegan lo que está más claro
que la luz del mediodía: en el Ecuador se mueve un nuevo plan de golpe de
Estado, un nuevo 30-S, más complejo y mejor articulado que el fallido entonces.
El plan es internacional y local. Forma parte de las acciones criminales
emprendidas hace tiempo por el llamado “imperio invisible”, ese gobierno
mundial en las sombras que agrupa a los magnates más poderosos de Estados
Unidos, Europa y Canadá, a las corporaciones de ese origen, las cadenas
globales de medios, la gran banca. Los instrumentos de dominio para las tareas
más brutales son, por supuesto, la CIA, el Pentágono y la OTAN. Apoderarse del
petróleo, el gas natural, el uranio, el oro y otras materias primas son
prioridades clave. Esa ha sido, cabalmente, la hoja de ruta en las invasiones,
destrucción y colonización de Afganistán, Iraq y Libia; esa la que está
presente en la confabulación contra Irán y Siria: esa en los atentados contra
Rusia; esa en las diarias amenazas contra los gobiernos del Ecuador, Venezuela
y Bolivia, contra el ALBA y el CELAC formados hace poco. El “imperio invisible”
no tolera la soberanía de las naciones, la independencia de los gobiernos, la
presencia de líderes opuestos a sus designios. Eliminarlos es la condición para
que pueda sobrevivir, extenderse y perdurar el gobierno mundial, aún
engulléndose a socios menores como Grecia.
En el Ecuador de hoy eso es
lo que se halla en juego: arrancarle al país de las políticas liberadoras de
América Latina, para lo cual derrocar al Presidente Rafael Correa (o mejor,
desaparecerlo), es objetivo número 1. Las marchas anunciadas para días
próximos, a iniciarse el 8 de marzo y culminar el 22 con la toma de Quito,
tienen esa oculta y macabra finalidad en la agenda de la CIA, cuyos agentes más
notorios ni siquiera disimulan su presencia, como es el caso de ese ínclito
patriota del 30-S, que de jefazo de la inteligencia militar, destituido por
Correa, funge hoy de dirigente social, manipulando a pequeños comerciantes. Claro
que no todos los organizadores de las marchas son agentes pagados por el
“imperio invisible”. Entre ellos figuran también los que sinceramente creen que
no hay ningún plan de desestabilización de por medio, la derecha agonizante
pero aún poderosa, los tontos útiles de una izquierda boba, el clan de
políticos que se creen presidenciables y están convencidos de que Correa no
podrá ser vencido en las elecciones de 2013, amén de un conjunto de militares y
policías siempre movidos y aceitados por el Imperio.
Por cierto, también hay
razones de fondo utilizadas por los titiriteros del plan golpista. Es el
descontento por determinadas acciones y omisiones del gobierno, como la falta
de una real aplicación de la anunciada y postergada Revolución Agraria, que
debe permitir la redistribución de la tierra y un acceso a la misma por parte
del campesinado; y esto cuando el propio Presidente Correa lanzó hace dos años
la tesis de que “sin Revolución Agraria no hay Revolución Ciudadana”. Pero una
cosa es reclamar al gobierno el cumplimiento de sus propias promesas, y otra
muy distinta hacerle el juego al “imperio invisible” y a sus visibles
testaferros.
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