No es cuestión de paranoia ni humor negro: los yanquis y la ultraderecha continental nos empujan a una creciente agresión contra Venezuela, que bien puede concluir en una guerra masiva como Estados Unidos desata en el mundo desde que concluyó la Segunda Guerra Mundial en 1945. Mientras vivió Hugo Chávez, líder de la Revolución Bolivariana, los intentos de magnicidio y las amenazas intervencionistas fueron diarias. Muerto Chávez y reemplazándolo Nicolás Maduro en la Presidencia, se inició de inmediato una cadena de acciones golpistas que comprendió el permanente boicot a la economía del país, con el consiguiente desabastecimiento de artículos vitales y el aumento diario del desempleo, mientras se tendían criminalmente trampas y obstáculos callejeros para caotizar la situación y fomentar el descontento popular.
Pese a toda esta ola de
acciones desesperadas de los enemigos de la Revolución, en recientes elecciones el pueblo apoyó masivamente la reelección de Maduro, lo que provocó la furia delirante de los permanentes conspiradores, hasta que el sábado 4 del presente se produjo el frustrado magnicidio del líder y de varios miembros de la cúpula oficial. El atentado fracasó y dio lugar a que se descubriera los hilos secretos del monstruoso crimen, que conducen a Washington y a Bogotá, es decir al gobierno anti venezolano de Donald Trump y a la derecha fascista, cuya máxima figura es Álvaro Uribe, principal auspiciante de Iván Duque, el nuevo mandamás de la ensangrentada Colombia.
El
frustrado magnicidio ha dado lugar a una reacción mundial condenatoria del
intento, en la que se destacan gobiernos como los de España y Turquía, que nada
tienen de amistosos con la Revolución Bolivariana. Por su parte, el pueblo se ha levantado en Caracas y en todo el país en respaldo de Maduro, siendo notable en esa dirección la respuesta unánime de las Fuerzas Armadas. Enloquecidos, los
perdedores de esta sangrienta jugada ahora atizan la candela con descarados
llamamientos a una intervención militar.
Las bases para
desencadenar dicha agresión están sentadas. Por un lado se encuadra en ellas la
política belicista de Donald Trump; por otro lado, Santos dejó abierta la puerta,
mediante un acuerdo entreguista, para que la OTAN se asiente en Colombia, única
base en América Latina de esta descomunal maquinaria bélica que maneja el Pentágono
con el apoyo de la Unión Europea, cuyos ejércitos forman parte de esta entente
militar. A ello se suman los dispositivos militares propios de Colombia, las
bandas paramilitares existentes en el país, las grandes empresas
multinacionales, la burguesía colombiana y los poderosos medios de comunicación
mercantiles.
Desde luego, los yanquis
no son tan estúpidos ni tan valientes para meterse de cuerpo entero en la
agresión a Venezuela, pues saben que si lo hicieran alzarían en su contra a
todo el continente. Por eso vienen propiciando la formación de una coalición anti venezolana en la que los países próximos a la nación amenazada participen
en una verdadera guerra de intervención. Allí juega justamente el papel
diseñado para el Ecuador: ser una de las principales fuerzas de la alianza
imperialista. Para esto se ha venido desatando toda la historia y la histeria de la frontera Norte con el fantasma del “Guacho” y el narcotráfico encima.
Para esto también los recientes acuerdos militares entre Estados Unidos y
Ecuador que ha dado lugar a una acelerada presencia de efectivos de la CIA, del
Pentágono, el FBI y la diplomacia yanqui. Es decir, el odio contra la patria de
Bolívar, la ambición norteamericana de apoderarse de sus riquezas y el miedo
que suscita el ejemplo liberador del Comandante Hugo Chávez, hace que el
Ecuador sea empujado a la hoguera bélica continental ideada y dirigida por los
yanquis.
El gobierno de Lenín Moreno, plagado de derechistas y servidores del
Imperio, en este caso resulta un buen bastón para las andanzas criminales del
decrépito Tío Sam.
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C. M. Mg. Luis Fernando Carvajal Herrera.
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ResponderEliminarEl tema de Venezuela, no es el tema de Maduro, ni de Chávez. La cuestión es desenmascarar los intereses de las corporaciones, que se cobijan en el gobierno funcional del imperio yankee. Como los culpables han logrado internalizar en el débil pensamiento de un pueblo que carece de la capacidad de comprender la vorágine del imperio.
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