El
reciente 15 de octubre, la Revolución Bolivariana de Venezuela propinó una
soberana paliza a la tenaz ultraderecha, casi para dejarla sin aliento: en las
elecciones de la fecha obtuvo un triunfo rotundo al ganar 17 de las 23
gobernaciones elegidas. Así, el chavismo logró, por ejemplo, arrebatarle la
gobernación del decisivo estado de Miranda a Henrique Capriles, el obcecado
conspirador que allí había candidatizado a un suplente de nota. Ahora la
Asamblea Nacional Constituyente elegida en julio posesionará a los flamantes 17
gobernadores, mientras los 5 gananciosos de la oposición se niegan a prestar
juramento, con lo cual podrían terminar descalificados.
El
desastre de la derecha venezolana no es así de simple: ocurre con una de las
burguesías más poderosas del continente, de la que forman parte los grandes
medios llamados independientes, y más allá el imperio de siempre, cuyo
portavoz, Donald Trump, tirado al suelo con pataletas de furia, exige a los 38
Estados que forman la Unión Europea que desconozcan el triunfo del chavismo y
que apliquen sanciones económicas a la patria de Simón Bolívar. Mientras tanto,
el Secretario General de ese mamotreto llamado OEA, que huele a muerto hace
tiempo, hace el ridículo al dar posesión en Washington -nada menos que en la
capital del imperio- a unos cuantos monigotes que dicen ser miembros del
Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela y que desde allí proclaman su
odio al gobierno del presidente Nicolás Maduro, sin la menor vergüenza al ser
reconocido únicamente por su secta política y el gobierno tragicómico de Trump.
En
este punto es conveniente recordar que el golpismo contra Maduro no es sino la
prolongación del golpismo ejecutado en su hora contra Hugo Chávez, el cual
fracasó ruidosamente, pues el pueblo lo rescató masivamente y salvó su
revolución. En esta ocasión, desde abril, los golpistas han ensayado todo
contra Maduro: boicot económico, acaparamiento de víveres, calentamiento de las
calles con 125 muertos, amenazas de magnicidio, que es lo último que falta y
que nos trae a la memoria lo que durante el gobierno de George W. Bush dijera a
los cuatro vientos Pat Robertson, pastor republicano: “La solución con Chávez
es muy fácil: hay que pegarle un tiro”.
Por lo
demás, el triunfo del chavismo constituye a la par una resonante victoria de
América Latina, que responde así a los regímenes corruptos que el
neoliberalismo ha logrado instaurar en Argentina, Paraguay y Brasil, y pretende
hacerlo dondequiera, sin que por eso deje de rodar pendiente abajo, cuando en
Argentina Cristina Kirchner amenaza con triunfar el próximo domingo en las
elecciones para el Senado, en Paraguay crece la resistencia popular y
campesina, y en Brasil Michel Temer, que encabezó la destitución ilegal de
Dilma Rousseff, está a las puertas de la cárcel por supercorrupto. De modo que
las trompetas de Washington, que hace poco entonaban himnos de victoria, pronto
habrán de callarse, pues volverán a resonar con fuerza creciente los himnos
bolivarianos, de la Segunda Independencia y del socialismo del siglo XXI.
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P.D. Le invito a que escriba su comentario en el recuadro de abajo, no
importa si está a favor o en contra. Ejerza su derecho a decir lo que piensa.
C. M. Mg. Luis Fernando Carvajal Herrera.
Atte.
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