Generalmente,
las grandes tragedias colectivas unen a la gente por encima de los sectarismos
políticos y religiosos, las diferencias y odios de clases, el individualismo
corrosivo que prohija el capitalismo. Así ocurre cuando las guerras y las
catástrofes, como también cuando los pueblos son víctimas de prolongadas
tiranías.
También
así ha sucedido en nuestra patria, por ejemplo cuando la invasión peruana de
1941, en que las grandes masas se unieron para echar abajo el gobierno
vendepatria y despótico de Carlos Alberto Arroyo del Río, símbolo mayor de la
oligarquía guayaquileña, en gran medida culpable del desastre fronterizo.
Igualmente
en el año 48, cuando el terremoto de Ambato, aunque entonces la solidaridad se
enfrió a causa del pillaje cometido por grupos conservadores de esa ciudad,
protegidos por el obispo Bernardino Echeverría, que se alzaron con la
cuantiosa ayuda internacional, mientras las multitudes damnificadas se
refugiaban en meros biombos construidos con esteras. En otros episodios de la
vida nacional se ha podido comprobar que en el alma popular duerme un profundo
sentimiento de solidaridad, que esta vez ha despertado con toda su fuerza al
producirse el devastador y extendido terremoto del 16 de abril.
Una
verdadera marea de solidaridad ha invadido el país, del que es protagonista
principal el pueblo anónimo, encabezado por los gobernantes nacionales y varios
seccionales, con participación de soldados, policías, bomberos y toda clase de
voluntarios, con la presencia de una pronta y generosa ayuda internacional.
Esto alivia el dolor, aunque no pueda secar las lágrimas de las miles de
familias destrozadas por el sismo, ni revivir a los muertos.
En
adelante, todos tenemos la inmensa tarea – pero también la oportunidad- de
conservar la unidad lograda por la tragedia y convertirla en la fuerza
necesaria para reconstruir las provincias y poblaciones arrasadas.
Claro que
las diferencias no serán borradas por el efecto del cataclismo natural, pues
supervivirán los intereses de grupos y de individuos, especialmente cuando
Ecuador vive un año electoral que comenzó en un ambiente de
confrontaciones duras, acciones violentas de grupos ultra, difamación, insultos
y amenazas a través de ciertos medios y de las redes donde se ocultan
fácilmente los peores enemigos del encuentro social y el bienestar común.
Ahora
corresponde a los dirigentes más sensatos y sanos, bregar por mantener esta
ejemplar unidad, sin pretensiones de triunfos excluyentes ni prevalencia de
ambiciones desmedidas.
El pueblo
ecuatoriano – hombres, mujeres, ancianos y niños—que ha concurrido masivamente
en auxilio de los damnificados, al entregar sus aportes materiales y su
concurso personal, nos enseña a todos que merece el respeto y el apoyo que
muchas veces se le niega, como sucede con aquellos millonarios que por no
pagar sus impuestos en el país para beneficio común, corren a esconder sus fortunas
bien o malhabidas en paraísos fiscales como Panamá.
Después
del 16 de abril nada será igual en el país, y en materia de conducción política
solo saldrán adelante quienes sean capaces de comprender a fondo el momento que
vivimos y emprender en las bases de la reconstrucción, que bien puede llevarnos
dos generaciones; es decir, medio siglo.
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P.D. Le invito a que escriba su comentario en el recuadro de abajo, no
importa si está a favor o en contra. Ejerza su derecho a decir lo que piensa.
C. M. Luis Fernando Carvajal Herrera.
Atte.
Twitter:
@lufecahe
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