Es de sobra conocido que cada 5 de Junio, al
celebrarse la fecha en que se proclamó en 1895 el triunfo de la Revolución
Alfarista, las aves carroñeras de la política ecuatoriana -que muy a su gusto
habrían devorado los restos del Jefe de la Revolución y sus valerosos tenientes-,
salen a lucir sus escarapelas liberales
y a danzar el baile de los vivos sobre los despojos de los ilustres muertos. Y
es que ellos nunca sintieron amor ni devoción por la memoria de quienes
hicieron posible, con sus profundas reformas, dotarle al país de libertades y
reformas perdurables, simbolizadas, aunque fuera únicamente por el laicismo y
la separación de la Iglesia y del Estado, conquistas que permitieron al Ecuador
saltar de la Edad Media a la era de la luz y de la dignidad humana. Atrás
quedaba el tiempo en que García Moreno dividiera al pueblo en tres porciones,
una destinada al encierro, otra al destierro y la tercera al entierro, según la
cáustica visión de Juan Montalvo. Atrás quedaba el tiempo en que la Iglesia
feudal ejercía el mercado de esclavos y la compraventa de haciendas con sus
respectivas manadas de animales y de indios bestializados por el huasipungo y
el hambre. Atrás la era en que todo aquel que no se sometiera al poder
oscurantista estaba condenado al ostracismo o a la hoguera.
Sí, ciertamente la Revolución quedó inconclusa,
incinerada el 28 de Enero de 1912, hace 100 años, en la pira de El Ejido. Pero
también nos dejó banderas de libertad que jamás nadie logró arrancarnos de las
manos. “Libertad o muerte”, el lema de los combatientes alfaristas no era sólo
un cintillo en los sombreros de las montoneras: era la reiteración de que este
pueblo jamás dobló la cerviz ante los tiranos criollos o extranjeros.
Por eso, este 5 de Junio, el sol de la historia
alumbra la otra cara de la verdad: la celebración profunda de la Revolución
triunfante, el reconocimiento de sus conquistas formidables y de ese largo
camino de llanto y sangre, recorrido en 30 años de guerrillas, montoneras, desembarcos y choques
frontales entre los ejércitos mercenarios del poder y los ejércitos descalzos y
descamisados del pueblo de siempre, de la juventud indómita, de las ManuelitasSáenz que engendró la patria. En suma, todas estas fuerzas que hoy han iniciado
su marcha de gigantes, que no se detendrá hasta lograr la Segunda y Definitiva
Independencia del Ecuador, en el
contexto de una Amárica Latina dueña de su destino, liberada de todo imperio y
de toda tiranía.
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