Acaba de celebrarse en Caracas la más grande Cumbre de Jefes de Estado de América Latina y del Caribe. Una Cumbre diferente a todas las anteriores, que por lo general se eclipsaron entre declaraciones rimbombantes, suculentos platos y copiosos cocteles. Luego de éstas todo siguió igual para los pueblos situados al Sur del río Grande, desde México hasta la Patagonia, lo mismo que para las numerosas islas bañadas por el Mar Caribe. Basta echar un vistazo al segundo medio siglo pasado. Un panorama de hambre, montañas de deuda externa, crisis, golpes de Estado, sanguinarias dictaduras, masacres de poblaciones enteras, magnicidios, torturas, desaparecidos, todo esto bajo el imperio de las dos mayores superpotencias del mundo, que dijera un periodista francés: Estados Unidos y la CIA, con la permanente complicidad de la OEA, ese instrumento imperial que hoy, enfermo y débil, camina con muletas.
La Cumbre de Caracas aglutinó, por
iniciativa de Hugo Chávez, Presidente de la República Bolivariana de Venezuela,
a los representantes de todos los países del área mencionada, pese a las
numerosas y en ocasiones profundas diferencias ideológicas y políticas, de modo
tal que junto a los mandatarios de inspiración socialista, se ubicaron genuinos
representantes de regímenes neoliberales como los Presidentes de México,
Colombia y Chile, deseosos, sin duda, de no perder el tren de la historia.
Cierto que la OEA supervive, pero es apenas un cuerpo agonizante, mientras
CELAC –la Comunidad de Estados de América Latina- nace vigorosa y robusta, como
lo demuestra el hecho de que, además de la Declaración de Caracas, que
preconiza la solidaridad entre los 33 pueblos y naciones representados en la
Cumbre, fueron todos signatarios de 18 acuerdos a favor de la soberanía y la
independencia, contra los golpes de Estado, contra la guerra y las armas
nucleares, a favor del medio ambiente y los derechos humanos. En el caso del
Ecuador, uno de los acuerdos adoptados por unanimidad, fue el relacionado
con el proyecto de preservar Yasuní sin explotar el petróleo.
Claro que enseguida se han dejado
escuchar los graznidos de las aves agoreras, que pregonan el inevitable fracaso
de la CELAC, por el supuesto desgaste de Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo
Morales y otros gobernantes de la tendencia. No sucederá tan soñada catástrofe,
pues la histórica unidad lograda se da cuando el capitalismo salvaje se desbarranca
en todas partes, incluso en Wall Street, y cuando uno de sus símbolos más
notables, la Unión Europea, se rompe en múltiples pedazos, incapaz de
solucionar los problemas de recesión, contradicciones y desempleo, lo que sirve
de lección y ejemplo a los 33 Estados de la CELAC.
Simón Bolívar, en su agonía expresó:
“Si mi muerte sirve para que cesen los partidos y se haga la unión, yo bajaré
tranquilo al sepulcro”. Con la Cumbre celebrada en su tierra natal, esta unión
nace a la historia con real fuerza, y mientras del Norte llegan aires de
putrefacción, los vientos del Sur, poderosos y refrescantes, soplan sobre la
tumba del Libertador.
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