No.
Él no era un cazador de mariposas ni de patos silvestres. Era un cazador de
concesiones mineras y petroleras. Cuando jovenzuelo, vivo y ambicioso, dejó su patria austríaca y se convirtió en
espía norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial, allá en Europa. Adoptó el nombre inglés de Howard Steven Strouth y ascendió en la escala militar hasta convertirse en mayor del Ejército
de Estados Unidos. En este país ingresó al mundo todopoderoso de las mafias
petroleras y, ya miembro de éstas, llegó al Ecuador a fines de los 50 del siglo
pasado. En Quito, se ubicó en la mansión señorial de Leonidas Plaza Lasso, en
Guápulo, y comenzó la caza de concesiones. Allí le visitó el periodista alemán
Thylo Koch que andaba de gira por Suramérica. Ante Koch, el cazador alardeó de
sus ajetreos petroleros y le hizo una confidencia: “Tengo en mi poder cinco
millones de dólares para mantener de buen humor a los gobernantes
ecuatorianos”.
Entre
humorada y humorada obtuvo una concesión gigantesca en la región amazónica:
cuatro millones y medio de hectáreas (45 mil kilómetros cuadrados), una
superficie más grande que las provincias de Guayas y Los Ríos juntas, con
pueblos contactados y no contactados dentro de la panza de la monstruosa
concesión. El nombre utilizado para el caso fue el de Minas y Petróleos S.A.,
una compañía fantasma como tantas otras del ramo, aunque en Estados Unidos
figuraba como propiedad de la multinacional World Ventures (Aventuras mundiales).
Entre
los gobernantes ecuatorianos que bailaron alegremente con la música del
cazador, figuraron el Ministro de Fomento y Minas Jaime Nebot Velasco y el
Ministro del Tesoro Jorge Acosta Velasco (del
clan Acosta, dueño entonces del Banco Pichincha), agente de la CIA,
según relata en su Diario Philip Agee,
por la época oficial de operaciones de esta central del espionaje y el terrorismo
oficial de los Estados Unidos, acreditado en el Ecuador.
El
cazador nunca perforó un pozo, pues su negocio consistió en retacear su
latifundio petrolero, vendiéndolo por pedazos. Así, le vendió a la compañía
Texaco 650 mil hectáreas bajo el nombre de las empresas Aguarico y Pastaza,
igualmente fantasmas. Entre los abogados de esta orgía de concesiones se
destacó el doctor Manuel de Guzmán Polanco, altísimo exponente del Partido
Socialcristiano. Otras dos concesiones hechas a favor de Petrolera Yasuní, una
por 395 mil hectáreas y otra por 400 mil, pasaron también al control de la
Texaco.
No
se sabe cuánto cobró el cazador por estas ventas, pero sume usted cualquier
millonada que se quedará corto. Lo que sí se sabe es que Strouth firmó al mismo
tiempo un contrato con Texaco por el cual
la compañía (hoy camuflada como Chevron) se comprometía a pagar el dos
por ciento de la producción que obtuviera en los campos así negociados, de por
vida de la concesión, esto es por cincuenta años. En esa ápoca –años 60- se
estimó que el cazador recibiría por esta regalía personal 7.500 dólares cada
día. ¿De dónde salía esa plata? ¿Usted cree que la compañía las extraía de sus
ganancias? No sea gil, ciudadano. Esos 7.500 dólares diarios salían del
petróleo ecuatoriano, pues la compañía los cargaba a costos de producción,
perjudicando así al Fisco y a toda la población nacional; a todos estos millones de pendejos que éramos
objeto de saqueo, burla y escarnio por parte de los cazadores de concesiones,
las multinacionales como Chevron-Texaco, y los gobernantes que danzaban
encantados sobre el mapa ultrajado de la patria.
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P.D. Le
invito a que escriba su comentario en el recuadro de abajo, no importa si está
a favor o en contra. Ejerza su derecho a decir lo que piensa.
C. M. Luis Fernando Carvajal Herrera.
Atte.
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